Es importante tomar en cuenta este testimonio personal mío, para poder entender mi postura crítica frente al rumbo actual de la Iglesia. Todas las posteriores publicaciones se comprenderán solamente a partir de esta decisión que he tomado: la de seguir al Papa Francisco sólo en la medida en que también él esté siendo totalmente fiel a la doctrina de la Iglesia. Cuando surjan dudas o incertidumbres por las declaraciones o acciones del Papa Francisco, éstas deberán ser tematizadas, para que hallen clarificación.
Fue la gracia de Dios la que me llevó a la conversión en el año 1977 y me dio la respuesta válida a mi búsqueda de Dios. El encuentro con Jesús fue el giro decisivo en mi vida, y me aparté de los caminos opuestos a los mandamientos de Dios, así como también de otros ambientes que suelen denominarse esotéricos u ocultistas. Me quedó claro que estas corrientes de pensamiento son incompatibles con aquel Espíritu Santo que me había llevado a reconocer a Cristo; y que, por tanto, debía alejarme de ellas.
Así comenzó mi camino con el Señor, que en el año 1980 me condujo a la Iglesia Católica. ¡Cuán agradecido estuve al descubrir en Ella toda la riqueza que había surgido gracias a la observancia del mensaje cristiano! Aparte de la Sagrada Escritura, conocí los sacramentos de la Iglesia, descubrí el mundo de los santos, las diversas prácticas religiosas y oraciones, la riqueza de la enseñanza espiritual, las apariciones marianas, las obras de misericordia corporales y espirituales, la clara doctrina de la fe católica, una jerarquía ordenada con el Papa a la cabeza, como “siervo de los servidores de Dios”… En pocas palabras, fue un gozoso encuentro con todas las diversas formas en que el Espíritu Santo -el mismo que me había guiado a la fe y al seguimiento de Cristo- se había manifestado a lo largo de los siglos. Al pecado se lo llamaba pecado, a la vez que se insistía en la posibilidad de recibir el perdón. ¡Yo había llegado a casa! ¡El Señor me había conducido a su Iglesia!
¡Cuánto me regocijaba en la verdad de la doctrina, que yo había aceptado por convicción y con todo el corazón! A mí no me parecía que la Iglesia era severa; antes bien, experimentaba su autenticidad y veía excelentes sacerdotes y fieles. La estructura jerárquica de la Iglesia, aunque personalmente no estaba muy relacionado con sus representantes, me parecía natural y coherente.
Después me enteré de las dificultades en la Iglesia a causa de diversas corrientes; pero los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI eran para mí garantes de la fe: ¡Roma locuta, causa finita!Yo me movía en círculos muy creyentes, y, a nivel general, el mundo católico parecía estar en orden.
Sucedió entonces que, para sorpresa de todos, el Papa Benedicto renunció a su pontificado en el año 2013. ¡Yo apenas podía creerlo! Tuve que luchar mucho tiempo para aceptarlo, porque precisamente él era para mí un garante de cómo enfrentarse a las corrientes modernistas con un fundamento intelectual y una firme fe.
El Papa Francisco, proveniente de Argentina, asumió el ministerio petrino, y empezaron a cambiar las cosas en la Iglesia. Ya sus primeras entrevistas me resultaban extrañas en cuanto al contenido, pero yo lo defendía, siendo así que él era el nuevo Papa. Me impresionaba la sencillez de su persona y su humor. Lo vi personalmente en tres ocasiones: una vez en Tierra Santa (Belén) y dos veces en Ecuador (Quito y Guayaquil).
Sin embargo, mi extrañeza crecía, puesto que una y otra vez el Papa Francisco hacía afirmaciones que no reflejaban ya la clara doctrina de la Iglesia. En las entrevistas que frecuentemente concedía en el avión, retornando de sus viajes apostólicos, no pocas veces mostraba posiciones dudosas. Yo me preguntaba si el Santo Padre estaba siempre consciente de que son muchísimas personas las que lo escuchan, y que, por tanto, sus palabras tienen otro peso que las de cualquier otro católico. Las aguas cristalinas que solían brotar de Roma, a las que yo estaba habituado, ahora fluían sólo de repente, y, en su lugar, lo contradictorio aparecía más a menudo.
Comenzó a cambiar el ministerio petrino, y yo me preguntaba qué tantos elementos jesuitas y personales podrían ser compatibles con este ministerio. Poco a poco, empecé a entender que era un “espíritu distinto” el que aquí estaba obrando; un espíritu que ya no parecía darle tanta importancia a las afirmaciones objetivas del Magisterio, y que, en lugar de ello, se enfocaba más en dirigirse a las personas; un espíritu que ya no miraba tanto a los hombres desde la perspectiva de Dios; sino en sí mismos.
Posteriormente apareció el concepto “cambio de paradigma”, que era lo que se estaría llevando a cabo en este Pontificado. Se decía que, con San Juan Pablo II, era un filósofo el que ocupaba la Cátedra de Pedro; con Benedicto XVI, un teólogo; y con el Papa actual, más bien un práctico. Puesto que era necesario dar explicación a los fieles sobre ciertas afirmaciones del Papa, también hubo quienes no se cansaron de decir que hay total continuidad entre Benedicto XVI y Francisco.
Por otra parte, la clara doctrina católica se la escuchaba, por ejemplo, de boca del Cardenal Burke o se la leía en los libros del Cardenal Sarah. Eran pocos los pastores de la Iglesia que hablaban abiertamente sobre la discrepancia entre las afirmaciones del Papa Francisco y la doctrina de la Iglesia.
Me fue quedando cada vez más claro que era algo ajeno aquello que estaba obrando en la Iglesia Católica…
Cuando se publicó la exhortación Amoris Laetitia ya no me quedó ninguna duda… Se trataba particularmente de aquella famosa nota de pie de página (351), que abría la posibilidad a que, en ciertas circunstancias, aquellas personas que viven en una segunda unión, mientras aún siguen vinculados por un matrimonio válido, puedan recibir la comunión. Esta afirmación contradecía claramente todos los posicionamientos previos de la Iglesia. La misma propuesta, que ya había sido planteada aproximadamente 30 años atrás por tres obispos alemanes, había sido en ese entonces rechazada por el Cardenal Ratzinger. Aquí había una clara divergencia entre la doctrina y la praxis, y todos los intentos de armonizarlo con la Tradición precedente de la Iglesia no me parecían convincentes. Por eso estuve muy agradecido cuando cuatro cardenales se decidieron a formular las así llamadas Dubia,pidiendo concretamente al Papa que las respondiese. En este escrito, estaban plasmadas las dudas que debían aparecer al leer Amoris Laetitia y que requerían de una explicación, para que el Pueblo de Dios no quedara confundido y para que resplandeciese la claridad de la doctrina moral católica.
Pero las Dubia no fueron respondidas, así como tampoco lo fueron otros escritos dirigidos al Papa, en los cuales los firmantes le pedían aclarar las afirmaciones ambiguas y proteger el matrimonio y la familia con más contundencia.
Si al inicio del Pontificado yo había considerado el hecho de que un Papa latinoamericano podría ser distinto a uno europeo, ahora me quedaba más claro que era un “espíritu distinto” el que se manifestaba cada vez más abiertamente. Ya no eran para mí simplemente algunas afirmaciones que daban lugar a malentendidos; sino que descubría más y más aquel “otro espíritu”, en el cual no podía yo reconocer la voz de mi Señor, el Pastor de las ovejas. La directiva de la Iglesia había emprendido otro rumbo; la barca se tambaleaba; la confusión en la Iglesia iba acrecentándose…
¿Cómo podría, entonces, identificarse a ese “otro espíritu”? Lo cierto es que es un espíritu modernista, que, en consecuencia, acarrea muchas enfermedades; tales como la pérdida de la Tradición, de la trascendencia y de la identidad de la Iglesia; el debilitamiento de la misión, la disminución del deseo de santidad, los experimentos litúrgicos, la desorientación moral, la falta de claridad en la doctrina, la creciente politización de la Iglesia… Es un espíritu que hace a un lado lo esencial; mientras que tematiza particularmente las cosas de segundo rango. Es un espíritu que pone al hombre, y no a Dios, en el centro.
Puesto que esto es sólo un testimonio personal sobre el actual Pontificado, no sería el marco apropiado para enumerar todos los ejemplos en los que se ve a ese “otro espíritu” obrando. Haría falta otro escrito para hacerlo más concreto.
Sería injusto afirmar que fue el Papa Francisco quien introdujo en la Iglesia aquel “otro espíritu”, pues lleva ya algunas décadas actuando. Sin embargo, los dos anteriores Papas (Juan Pablo II y Benedicto XVI) lo habían contrarrestado conscientemente. El Papa Francisco, en cambio, le ha abierto las puertas y lo fomenta.
Así ha surgido una situación confusa en la Iglesia. Una gran parte de la jerarquía eclesiástica acepta, apoya o tolera este rumbo moderno que el Papa Francisco ha emprendido. Los pastores, llamados a velar sobre la pureza de la doctrina y la correspondiente praxis, apenas son un apoyo para los fieles y están siendo cada vez más infectados por el “espíritu del mundo”. ¡Esto es desastroso! Son precisamente los pastores de la Iglesia quienes deberían ofrecer resistencia a este espíritu y consolidar a los fieles en el Espíritu Santo. Pero, en lugar de ello, están mermando el testimonio de la Iglesia.
Se puede observar la relación entre los efectos desastrosos de este “otro espíritu” y la expansión de un espíritu anticristiano, que está actuando progresivamente en el mundo. Este último intenta colocar a la humanidad bajo su influencia. Lo que está causando ese “otro espíritu” en la Iglesia es ya una de las manifestaciones del espíritu anticristiano, que está influenciando a la Iglesia desde dentro para someterla al espíritu anticristiano.
A todo esto vino a sumarse la declaración de Abu Dhabi, en la que se afirma que Dios quiere la diversidad de religiones. Si bien el Papa, preguntado posteriormente por Monseñor Schneider sobre el sentido de esta afirmación errónea, dijo que debía entendérselo como voluntad permisiva de Dios, siguió promoviendo la versión no corregida de este documento, con el error que contiene. Así, se llevó a cabo un grave ataque contra la misión de la Iglesia y contra el encargo misionero de Jesús a sus discípulos.
En el marco del Sínodo para la Amazonía, que tuvo lugar en octubre de 2019, sucedieron actos idolátricos -incluso en presencia del Papa- en los Jardines Vaticanos, en la Basílica de San Pedro y en la iglesia de Santa María in Traspontina[1].
¡Es por eso que es necesario pedir una intervención del Señor, para que ponga fin a la creciente confusión en la Iglesia, de manera que Ella pueda resistir a las influencias de la oscuridad!
Yo, por mi parte, he tomado la decisión de orar por el Papa Francisco y seguir llevándolo en el corazón. Pero no seguiré el camino por el cual él quiere conducir a la Iglesia. Siempre que identifique a ese “otro espíritu” en acción, sin importar a través de quién, le ofreceré resistencia con la ayuda de Dios.
En nuestra Iglesia Católica tenemos una doctrina segura y una pastoral que se fundamenta en ella para el trato con las personas. Si bien uno está siempre aprendiendo y el Espíritu Santo amplía nuestros conocimientos, todo esto debe estar en continuidad viva con la Tradición de la Iglesia. Es difícil ver esta continuidad en el Pontificado actual; más bien, está siendo atacada en diversos campos. Los que quieren permanecer fieles a la Tradición de la Iglesia, no tienen por qué justificarse; antes bien, son los que quieren cambiar de rumbo quienes tienen que dar razón del porqué.
¡Por supuesto que permanezco fiel a la Iglesia, que me ha dado tanto en mi vida! De hecho, una vez que se la haya conocido como “sede de la verdad”, ya no se la puede abandonar así por así. Y, aún más: ¡la Iglesia es nuestra Santa Madre!
Pero en este tiempo, cuando un espíritu de confusión se ha adentrado hasta la punta de la Iglesia y ha infectado a no pocos obispos, hay que estar particularmente vigilantes y servir a la Iglesia. Es precisamente el amor a Ella el que no permite simplemente cerrar los ojos ante la actual confusión. Esta situación se convierte en un llamado a recorrer el camino de la santidad tanto más intensamente, e implorarle al Señor que pronto nos conceda un Papa que devuelva la barca de la Iglesia a un rumbo claro e inequívoco.
¡Esto costará muchos esfuerzos! Sin embargo, con la asistencia del Espíritu Santo, la Iglesia volverá a ser más convincente, no dará cabida a ese “otro espíritu” y lo rechazará firmemente. Así, podrá salir robustecida de la crisis actual. Quizá se reduzca en cuanto a número; pero será más fuerte en la fe y en la entrega a Dios.